Ya estaba acostumbrada a él. Habían pasado varios meses desde que había aceptado la idea. Para nadie era mentira que estaba acostumbrada.
Seis años le tomó volver a confiar, el problema de ser tan pequeño y apostar es que no se ven las magnitudes, no se entineden, no se respiran. Y fue así y fue por eso que Sofía perdió gente maravillosa, demasiada. Pero hay que volver a empezar en algún momento, hay que reparar las cosas y empezar de cero.
El hambre se apoderaba de ella, nunca había sido diestra para fumar y no querer comer con locura, los pecados eran su fuerte en ese mar de humo y libertad.
Pequeños palitos de pólvora se encendían en la interminable playa.
Los biólogos nunca han necesitado muchos lujos. Hacia días que habían comido en un restaurante en el centro histórico de Cartagena, de esos donde hay que disfrazarse de persona elegante como si todos naciéramos con camisa y vestido. Esto era mejor. La playa era enorme, los enlatados tenían un sabor exquisito, las chispitas brillaban y las ranas cantaban al fondo haciéndole competencia al mar. Esa noche no llovía, habían salido de la carpa, habían decidido tomarse la playa y reír, cantar, y pensar en cosas sin sentido.
Sabía que él la podía llevar de vuelta, había estado lo suficiente con él para saber que el humo no se lo lleva, no como a ella, no como antes.
Los zancudos se daban un festín con las piernas desnudas de los dos idiotas de la playa pero no importaba, nada importaba. En ese viaje todos los habían llamado esposos, les causó gracia, ella estaba acostumbrada a él, no iba a asustarse por un comentario, no iba a perderlo por miedo.
Las semanas mágicas ocurren en lugares simples. Un parque natural sin agua potable era la mejor opción. Una carpa, un sleeping, una sábana y las botas de campo de un par de biólogos.
Entonces Sofía lo entendió, no era las sesiones maravillosas de sexo sin fin, el agotamiento después ni dormir juntos, era estar feliz, no pensar en el pasado, en el futuro, no sentir miedo por perderse en el humo... Eso era lo que ella quería.
Dos semanas, no importó, estaba acostumbrada, dos semanas durmiendo juntos, dos semanas donde el miedo se desvaneció, definitivamente no iba a ser el aburrimiento.
"Cuando no te molesta que te casen, cuando el sexo es increíble, cuando puedes pasar semanas con él es hora de correr" pensó Sofía...
Sonrió
Lo abrazó, lo besó y le dijo que volvieran a la carpa, quería sentirlo adentro de su piel y su corazón.
No iba a correr.
- Belcebú