Fueron 2 largos minutos... Tomó dos minutos escuchar esas palabras, escuchar que no quería decirle por teléfono pero ella no lo había dejado ir a visitarla, que no quería perder el tiempo y que no quería algo así. Escuchar que lo sentía, que no quería hacerla sentir mal pero que él quería estar con una persona, con un humano... ¿Una persona?¿Y qué era ella?
Tal vez si es un animal de circo, de esos en exhibición ¿han visto alguno? Son bonitos, uno los mira 5 minutos y pierden su encanto. Eso explicaría todo.
Tomó sus cosas y salió a buscar alcohol. Una buena cerveza lo cura todo. Caminó hasta el bar, era media hora y se había puesto unos tacones pero el masoquismo viene bien en algunas situaciones. Hizo cálculos, sólo tenía para dos cervezas y el bus de vuelta, le iba a tocar buscar a alguien que le pagara las borracheras.
Prendió un cigarrillo. Imaginó como iba a ser su vida de ahora en adelante, imaginó los viernes de alcohol, los besos insípidos, la baba de borracho. Pensó en el patético ritual de tomarse fotos para la lujuria de otro, en el miedo de que esas fotos circularan, en la envidia.
Prendió otro cigarrillo. Pensó en las noches vacías, las madrugadas necias, el desagradable olor a sexo de quién no la quiere. Pensó en las mascotas de la gente ajena, los orgasmos fingidos, los taxis a media noche, la huída sin despedidas.
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Pensó en los cuartos que sólo vería una vez en la vida, en los olores de la ropa de cada persona, el sudor, otra vez las babas, los ojos, las manos, el tacto.
Pensó en las ganas de esconderse en su armadura después de el uso y el desecho. Pensó en armaduras, en caparazones, en su tortuga... En medio de tanto drama y náuseas no la había alimentado. Ella dependía de su bondad para no morir de hambre... Dependía de ella. La imaginó en su urna de cristal, con el calentador encendido, nadando contra las paredes y buscando comida entre las piedras.
Llevaba 15 minutos caminando. Pensó en alimentarla al día siguiente, en dejarla sufrir una noche, para que las dos experimentarán lo mismo.
Se devolvió. Caminó en tacones otros 15 minutos, volvió a su casa, entró a su cuarto, vio la cama destendida, la botella de vino a medio terminar, el teléfono en el piso juntó al computador, la comida servida y fría... Y la tortuga mirándola, con ojos bonitos... Ojos de hambre.
- Esto no puede volver a pasar. - pensó.
Le llevó una copia de la llave a su vecino, el de enfrente, el que estaba bueno pero vivía con la mujer, el que dice que también le gustan las tortugas. Le pidió que si algún día podía alimentar a la tortuga cuando ella no pudiera, le dio indicaciones de en donde estaba la comida y el acuario. Volvió a la casa, entró al cuarto, vio a la tortuga comer, se despidió y salió de nuevo, esta vez sin tacones.
La tortuga aún recuerda esa mañana. Temprano el vecino vino por ella, se llevó su urna de cristal a su casa, se la llevó a ella también, le dijo que su dueña la había querido mucho pero ya no podía cuidarla.
La tortuga creyó que se había ido con el que la hizo llorar... La tortuga no supo que ella encontró quien le pagara la tercera cerveza, y la cuarta, y la quinta. Quien la llevara al cuarto. Quien la amarrara. Quien se saliera de control... Su último pensamiento fue "Mi tortuga".
- Belcebú.