domingo, 3 de diciembre de 2017

El ruido de Josefo al masticar

"Te voy a querer siempre" - Esa frase la escuchaba Sofía cada noche, antes de dormir... Antes...

Despertarse con nauseas era parte de su rutina. Sabía que debía tomar una pastilla para la gastritis y quedarse quieta 15 minutos luchando con las ganas de vomitar. Sabía que después podía bañarse, tal vez cantar un poco para subirse el ánimo, y vestirse.

El momento más duro de la rutina de Sofía era el desayuno... Tener que abrir la boca para tragar granola, avena o solo un yogurt, y hacerla pasar por un esófago que se sentía del tamaño de un pitillo. Miraba con tristeza ese yogurt de melocotón... ¡Cómo solía amar ese sabor! Recordaba la alegría que sentía en el colegio cada vez que abría su lonchera y veía un yogurt de melocotón, y no de mora. Sofía era consiente que la felicidad se había vuelto un recuerdo.

Luchar con las ganas de vomitar durante el desayuno era solo el primer problema. Lavarse los dientes casi siempre arruinaba los esfuerzos del desayuno. Se acostumbraba poco a poco a tener el estomago vacío. Al final, un vacío más no haría mucha diferencia.

Al salir de su casa, Sofía prendía un cigarrillo y lo fumaba con letargo, como si esperara algo, como si esperar ese algo hubiera puesto su vida en cámara lenta. Caminaba despacio, con una muleta y un pie inflamado, producto de una batalla perdida contra el tiempo, la lluvia y las escaleras. Una caída más tampoco hacía la diferencia. El cigarrillo también le producía nauseas, unas nauseas diferentes, como si el corazón necesitara vomitar. Se las aguantaba. Necesitaba el humo para ahogar los pensamientos destructivos. El humo no era infalible, pero sí ayudaba.

Sofía ya había pedido ayuda. Descubrió la falsa indulgencia y la poca empatía de las personas que nunca se les ha quebrado algo en la cabeza. Descubrió la paciencia con la que podía ser tratada por los que ya han sido remendados. Le tomó 2 meses y muchos ataques aceptar que tenía que buscar ayuda profesional. Aún recuerda la primera vez que se sentó en esa silla, afligida, temerosa, creyendo que no tenía el derecho a sentirse así. La psicóloga la miró con sus ojos grandes y le ofreció un pañuelo. Sofía solo luchaba con las ganas de vomitar.

Ahora necesita más ayuda, tal vez una pastilla. "Nunca he sido realmente amiga de las pastillas, es más una relación tóxica" - Pensaba mientras fumaba - "Aunque más toxicidad tampoco hará la diferencia ¿Verdad, Josefo?".

Josefo siempre había estado con ella, a veces era solo un dolor de espalda, pero ahora era grande, táctil, real. Podía verlo en el espejo, escucharlo susurrar en las mañanas, respirar en las noches, sentirlo frío como lluvia sobre la piel. Josefo era su monstruo. Algunas extraordinariaseces podía olvidarlo, pero no cuando tenía nauseas, las nauseas eran el constante recordatorio de que Josefo estaba allí. Como no podía ahuyentar lo le ofrecía un cigarrillo, charlaba con él y lo escuchaba detenidamente.

Josefo y Sofía habían creado una relación intima y dolorosa. Josefo no era un flotador, era más una áncora que arrastraba a Sofía al fondo. Sofía se llevo el cigarrillo a la boca, pero antes de inhalar, preguntó:

- ¿Por qué me empujaste?
- Es mi trabajo - Respondió Josefo con su voz profunda.
- Me refiero a las escaleras ¿Tú me empujaste por las escaleras?

Josefo sonrió mientras inhalaba una bocanada de humo.

Como toda criatura, Josefo debía alimentarse, y su momento favorito es en el bus. Sofía lo sabe, por eso carga una bolsa en el bolsillo, por si Josefo la oprime muy duro y pierde lo que queda de yogurt de melocotón en su estómago. En el bus Sofía suele conseguir donde sentarse gracias a su muleta; Josefo se sienta encima. Tal vez ese fue el plan de Josefo todo el tiempo, conseguir donde sentarse.

Después de 10 minutosbJosefo ya está cómodo. Demasiado cómodo. Después de 15 minutos está aburrido, así que empieza a alimentarse. Sofía cree que es un ser peludo y gigante, pero a veces siente que es un pájaro. Entonces Sofía comete un error táctico y lo deja volar. Josefo emprende el vuelo, gana altura, se levanta sobre las cabezas de las personas que van con Sofía en el bus, sobre los semáforos, sobre los edificios, y cuando ya está arriba, más allá de las nubes, más allá de la luz, Josefo cae. Calcula minuciosamente dónde aterrizar, y se deja arrastrar, gana velocidad, se ayuda de la gravedad, acelera... Acelera... Acelera... Y por fin choca. Cae tan fuerte, que logra romper esa pesada barrera de la razón y se le mete a Sofía en las neuronas. Las empieza a masticar, una por una con una gélida mirada. Ve desde adentro como Sofía, aparentemente impávida, empieza a lagrimear.

Sofía busca la bolsa en su bolsillo, la desdobla sin sacarla, cuenta hasta diez y pone en su celular "Under Pressure" de Queen. Sofía mueve los labios como cantando, pero no produce ningún ruido. La repite varias veces para que Josefo se canse y salga de su cabeza. Ella sabe que él odia esa canción. A veces lo logra, a veces él sale refunfuñando, malhumorado; la mira a los ojos y le dice:

-Dejaré pasar este agravio si me das un cigarrillo al salir - A Josefo le gusta utilizar palabras que denomina "refinadas". Él dice ser muy culto, Sofía sabe que es un esnob.

A veces no logra sacarlo, entonces lo duerme. Le da una dosis casi letal de valeriana. Él sabe que eso es una declaración de guerra. A veces Sofía lo ataca con chocolate y pastillas para dormir, pero Josefo es fuerte y no le teme a nada. Entonces se acuesta, herido, en medio de dos cómodas neuronas y espera. Puede dormir días, casi muriendo de hambre pero sereno. Hasta que una noche Sofía cree que se siente mejor, y decide dormir sin valeriana ni pastillas. Josefo abre un ojo y espera estático aún entre las neuronas. Sofía se duerme. Josefo abre el otro ojo, y con mucho sigilo, se levanta y se lanza sobre las neuronas de Sofía con más hambre que nunca, lleno de ira por el maltrato recibido. Mastica con odio, repulsión y aborrecimiento. Es un instante grotesco.

Las noches que Josefo ataca a Sofía mientras duerme son las peores. Son noches gélidas, llenas de ruido, pero no el ruido de la calle, de los autos, ni de los perros ladrando a espantos. Es un ruido diferente, silencioso pero palpable. El ruido que produce Josefo al masticar. Esas noches Sofía ducha con agua caliente, es su forma de pedirle perdón a Josefo. Ella sabe que él ama el agua caliente, y se queda bajo la ducha el tiempo suficiente para que Josefo salga y decida bañarse con  ella. Se fuman un cigarrillo y duermen el uno junto al otro.

Y así empieza un nuevo día, lleno de nauseas, vuelos y valeriana.

- Belcebú

Lejos

Volvió a leer el cuento corto. Ya lo sabía de memoria, pero le gustaba vivir en una vida que no era de ella. Cerró los ojos y se imaginó all...