Miles de bolsas danzaban al ritmo de los buses que dejaban a su paso una estela de esmog y cáncer de pulmón. La comida a medio pudrir se acumulaba en las esquinas, despidiendo un olor nauseabundo pero familiar para Lucía. Miró al cielo, "Este es el mismo azul del amanecer" pensó. Cualquiera que mirara al cielo en ese momento no podría distinguir si estaba a punto de nacer o morir el día. Pero la gente ya no se detiene a ver los atardeceres. Lucía sí. No muy frecuentemente, sólo cuando la recordaba sin en realidad recordarla, sin poder dibujar su rostro en su cabeza, sin poder detallar sus ojos color café como el tinto que ella tanto amaba, o como la mierda. La recordaba sin siquiera recordar su nombre, solo su olor a formol, alcohol antiséptico, guantes de nitrilo, galletas y cigarrillo. La recordaba entre el grito desenfrenado de los loros y la luz que se colaba entre los árboles. Esa tarde no, esa tarde no la iba a recordar.
Su vida había tomado el rumbo que tanto había deseado y se iría lejos de esa odiosa ciudad, llena de lluvia pestilente e indigentes que gritan para detener el fin del mundo. Se iba de esa ciudad ajena, fría, solitaria. Se iba junto a la mujer que amaba, a recorrer las cálidas calles de otra ciudad que ofrecía cariño a manos llenas y delicias gastronómicas... Se iba lejos, lejos del frío, lejos...
Se sentó a disfrutar uno de sus últimos cafés en ese peculiar establecimiento decorado con ilustraciones científicas de plantas, debidamente etiquetadas con el nombre científico, fecha de colecta, nombre de colector y lugar de colección. Cómo le gustaba ese lugar... Cómo odiaba esa ciudad.
Una voz nasal se abrió paso entre la música independiente y desabrida que alimentaba el espíritu esnobista del café. Llegó a los oídos de Lucía.
Su vida había tomado el rumbo que tanto había deseado y se iría lejos de esa odiosa ciudad, llena de lluvia pestilente e indigentes que gritan para detener el fin del mundo. Se iba de esa ciudad ajena, fría, solitaria. Se iba junto a la mujer que amaba, a recorrer las cálidas calles de otra ciudad que ofrecía cariño a manos llenas y delicias gastronómicas... Se iba lejos, lejos del frío, lejos...
Se sentó a disfrutar uno de sus últimos cafés en ese peculiar establecimiento decorado con ilustraciones científicas de plantas, debidamente etiquetadas con el nombre científico, fecha de colecta, nombre de colector y lugar de colección. Cómo le gustaba ese lugar... Cómo odiaba esa ciudad.
Una voz nasal se abrió paso entre la música independiente y desabrida que alimentaba el espíritu esnobista del café. Llegó a los oídos de Lucía.
- ¡Lucía! Tiempo sin verla
- Gerardo ¿Cómo me le va? ¿Qué acontece en su vida?
- Nada, todo igual en la ciudad de nadie ¿Y usted qué más?
- Igual - Lucía mintió, no quería rumores ni despedidas.
- ¿Cómo está la doña?
- Cristina está bien, en la ciudad del sol. Estamos bien.
- Suerte la que tienen los que viven allá. - Gerardo suspiró. Lucía se sintió complacida, pronto ella haría parte de la ciudad de sol.
- ¿Cómo está Karen?
- Bien, también disfrutando de la ciudad del sol. Viene a visitarme la otra semana, podríamos ir por un trago.
- No quiero hacer un mal trío.
- No lo hará, Lucía. Usted siempre es buena compañía.
- Favor que me hace, Gerardo.
- Deberíamos planear un viaje a la ciudad del sol, podríamos salir los cuatro a Tapioca.
- ¿Cómo en una cita doble?
- Diciéndolo así, Luchi, me hace quedar como un imbécil.
- Disculpe usted, Gerardo. No era mi intención. Su oferta es muy amable, pero no me gusta ir a Tapioca. Las discotecas concurridas no son mi espacio. En todo caso podríamos salir con Karen a tomar algo en la ciudad del sol.
- Comprendo.
- Gerardo ¿Cómo me le va? ¿Qué acontece en su vida?
- Nada, todo igual en la ciudad de nadie ¿Y usted qué más?
- Igual - Lucía mintió, no quería rumores ni despedidas.
- ¿Cómo está la doña?
- Cristina está bien, en la ciudad del sol. Estamos bien.
- Suerte la que tienen los que viven allá. - Gerardo suspiró. Lucía se sintió complacida, pronto ella haría parte de la ciudad de sol.
- ¿Cómo está Karen?
- Bien, también disfrutando de la ciudad del sol. Viene a visitarme la otra semana, podríamos ir por un trago.
- No quiero hacer un mal trío.
- No lo hará, Lucía. Usted siempre es buena compañía.
- Favor que me hace, Gerardo.
- Deberíamos planear un viaje a la ciudad del sol, podríamos salir los cuatro a Tapioca.
- ¿Cómo en una cita doble?
- Diciéndolo así, Luchi, me hace quedar como un imbécil.
- Disculpe usted, Gerardo. No era mi intención. Su oferta es muy amable, pero no me gusta ir a Tapioca. Las discotecas concurridas no son mi espacio. En todo caso podríamos salir con Karen a tomar algo en la ciudad del sol.
- Comprendo.
Lucía no tenía ganas de mantener una conversación sobre mujeres, sexo y el nuevo álbum de Gorillaz. No era el día para eso. Miró el reloj.
- Es tarde, debo irme. Fue un gusto encontrarlo, Gerardo.
- El gusto es mío, Luchi.
- El gusto es mío, Luchi.
Lucía dejó el dinero del café sobre la mesa, tomó su libro, el periódico de ayer que siempre le regalaba la señora de la panadería, y se levantó.
- Lucía, espere... Usted tuvo algo con Adela ¿Verdad? - Gerardo clavó la mirada en el pocillo vacío de café de Lucía.
- ¿Por qué la pregunta, Gerardo? Yo tenía entendido que solo eran amigos...
- Con Adela nunca se era solo amigos... Ese día, en el concierto... Yo tuve cargo de conciencia un tiempo, pero al menos yo fui, usted no, y tampoco volvió a hablarme.
- ¿Cuál concierto?
- El de Gorillaz... Ella y yo eramos... Yo no iba a perder la boleta. Total, ya no había nada que hacer.
- Gerardo ¿De qué habla?
- Del funeral, Lucía ¿De qué más le voy a hablar? El funeral a que usted no fue. Yo fui solo un rato, hablé con el hermano y le dije que ya volvía, pero me fui al concierto con Karen... Adela nunca fue Karen, pero le tenía algo de aprecio.- Gerardo sacó el dinero para pagar su café y pidió la cuenta. Lucía tomó asiento.- Ella la quiso Lucía. Alguna vez me lo dijo. Y así no me lo hubiese dicho... Usted debió tener sus razones, pero debió ir, al menos un rato... O no. Usted tiene sus razones.
- Gerardo... Yo...
- No tiene importancia, Luchi. Olvídelo. Ahora soy yo al que se le hace tarde. Nos vemos el viernes donde Rogelio.
- ¿Por qué la pregunta, Gerardo? Yo tenía entendido que solo eran amigos...
- Con Adela nunca se era solo amigos... Ese día, en el concierto... Yo tuve cargo de conciencia un tiempo, pero al menos yo fui, usted no, y tampoco volvió a hablarme.
- ¿Cuál concierto?
- El de Gorillaz... Ella y yo eramos... Yo no iba a perder la boleta. Total, ya no había nada que hacer.
- Gerardo ¿De qué habla?
- Del funeral, Lucía ¿De qué más le voy a hablar? El funeral a que usted no fue. Yo fui solo un rato, hablé con el hermano y le dije que ya volvía, pero me fui al concierto con Karen... Adela nunca fue Karen, pero le tenía algo de aprecio.- Gerardo sacó el dinero para pagar su café y pidió la cuenta. Lucía tomó asiento.- Ella la quiso Lucía. Alguna vez me lo dijo. Y así no me lo hubiese dicho... Usted debió tener sus razones, pero debió ir, al menos un rato... O no. Usted tiene sus razones.
- Gerardo... Yo...
- No tiene importancia, Luchi. Olvídelo. Ahora soy yo al que se le hace tarde. Nos vemos el viernes donde Rogelio.
Gerardo se levantó y salió a toda prisa. Lucía se detuvo unos segundos a contemplar una ilustración de un Abutilon. Adela le había enseñado que en la base de esas flores uno podía encontrar néctar y endulzar las lluviosas tardes de la ciudad de nadie... Adela... ¿Qué pasó con Adela?
Salió a la calle buscando a Gerardo. Necesitaba una explicación. Lo vio montarse a un destartalado bus en medio de la lluvia.
Lucía había decidido alejarse de Adela cuando ella se mudó a la ciudad del sol. Sabía que estaba aburrida, pero no aburrida como se está un viernes en la noche cuando no se tiene amigos. Aburrida de verdad.
Era joven y había conseguido lo que se había propuesto: vivía en la ciudad de sol (sueño de toda persona que vive en la ciudad de nadie), tenía el trabajo que todos deseaban y tenía dos hermosas cacatúas que amaba como si fueran sus hijas. No era delgada, no pasaba hambre. No era atractiva. No le faltaba nada, lo había logrado. Y eso es peligroso cuando se es joven.
Era joven y había conseguido lo que se había propuesto: vivía en la ciudad de sol (sueño de toda persona que vive en la ciudad de nadie), tenía el trabajo que todos deseaban y tenía dos hermosas cacatúas que amaba como si fueran sus hijas. No era delgada, no pasaba hambre. No era atractiva. No le faltaba nada, lo había logrado. Y eso es peligroso cuando se es joven.
No tenía que preguntarle a nadie, ella sabía que había pasado. Las pastillas no habían hecho un buen trabajo. El concierto de Gorillaz había sido un lunes ¿Quién hace un concierto un lunes? Adela odiaba los domingos, la ensombrecían. Seguro fue con pastillas, le gustaban las pastillas ¿O habrá tratado de volar? Sintió náuseas, trató de no pensar en eso, en ella, en el pavimento, las pastillas, el frío.
Caminó por inercia hasta el bar donde habían ido a celebrar la graduación de Adela. Entró. Se sentó en esa mesa mirando a los peces que a ella le gustaba mirar. Pidió un Ron doble y una caipirinha, puso la caipirinha frente a la silla vacía, esa silla donde Adela se había sentado varias veces. Bebió el ron. Pidió otro. Bebió. Pidió otro. Bebió. Regó la caipirinha, como tantas veces lo había hecho Adela sin quererlo. Sonrió. Ella era torpe, torpe y graciosa... Era...
Caminó por inercia hasta el bar donde habían ido a celebrar la graduación de Adela. Entró. Se sentó en esa mesa mirando a los peces que a ella le gustaba mirar. Pidió un Ron doble y una caipirinha, puso la caipirinha frente a la silla vacía, esa silla donde Adela se había sentado varias veces. Bebió el ron. Pidió otro. Bebió. Pidió otro. Bebió. Regó la caipirinha, como tantas veces lo había hecho Adela sin quererlo. Sonrió. Ella era torpe, torpe y graciosa... Era...
Se levantó, pagó la cuenta y se dispuso a empacar en cajas sus pertenencias. Sería una larga noche. A fin de cuentas, la vida sigue, y a Adela nadie podía salvarla...
Total, ya no había nada que hacer.
- Belcebú