lunes, 23 de diciembre de 2013

What now my love?


- Vamos a una biblioteca - Le dijo. A Sofía nunca le han gustado los tumultos y dice que habría amado nacer en aquella época donde se montaba en bicicleta y la población mundial era la mitad de lo que es hoy, pero nacer siendo un hombre. 

- Está bien, en la Biblioteca Naranja hay una pequeña cafetería donde podríamos hablar. ¿Nos vemos a las 5? - Arturo la miró a los ojos, sabía que ella hacía un gran esfuerzo al salir de casa un día como ese; el 23 de Diciembre es el día más concurrido del año. 

Sofía le robó una sonrisa y se fue sin despedirse. Odiaba las despedidas, decía que si no se despedía él tendría que buscarla para despedirse y tendrían que volverse a ver. 

Sofía se puso su vestido más bonito -parecía una niña o una vieja-, unas botas que no le dejaban mojarse los pies, una chaqueta gruesa y el paraguas. Llegó una hora antes, entró a la biblioteca y leyó aleatoriamente unos cuantos cuentos de "El hombre ilustrado".

5:05, iba a llegar tarde -como siempre-, devolvió el libro y se sentó a tomar un tinto. Resistió la tentación de fumarse un cigarrillo porque Arturo odiaba verla fumando. 

Hacía frío, llovía a cantados afuera. Pidió 1, 2, 3 tintos. Se fumó 1, 2, 3 cigarrillos y miró el reloj.

5:50. Volvió a entrar a la sección de libros, pidió prestado "El hombre ilustrado" y se dejó llevar por la angustia de las historias del hombre tatuado. Pidió un capuchino, 2, 3

6:35. Tal vez no va a llegar.

7:05. Pagó la cuenta, devolvió el libro y se dirigió a la salida. 

En la salida, un hombre alto de mirada amable le era negada la entrada por estar empapado. El hombre peleaba, alegaba, se resignaba. Si Sofía hubiese tenido un celular tal vez él habría podido llamarla, pero a Sofía no le gustaba esa "horrible y controladora" tecnología. 

Arturo la vio y la abrazó, le mojó la chaqueta impermeable, no importó. Sofía no podía dejarlo allí en la mitad de la calle. Caían gotas de su pelo. 

- Vamos a tu casa, tienes que cambiarte. - Dijo Sofía. 
- En realidad planeaba comprar ropa. - Arturo no podía dejarla ir a su casa, probablemente allí estaba Alexa, pintándose las uñas, viendo algún programa estúpido y leyendo una revista de farándula.


Tomaron un taxi. El centro comercial estaba a reventar, los almacenes eran un campo de aglomeración de personas, como si hubiesen dejado un cubo de azúcar y millones de hormigas decidieran que debían llevarlo al hormiguero. Sofía miraba aterrada, odiaba los tumultos, la gente y el ruido. Arturo -que sentía que la conocía desde siempre- buscó la tienda más vacía. 

Entraron a una tienda de ropa formal para hombre y Arturo se probó toda la ropa de la tienda porque amaba como Sofía se reía de él y le decía "Te ves como un viejo en los años 50"

Compraron un pantalón y un saco bastante elegantes y una sombrilla suficientemente grande para proteger a 10 personas. Arturo llevó a Sofía a dar un paseo por el parque. Estaba solo, aun lloviznaba. Sofía caminaba con él bajo la lluvia, sonreía y de vez en cuando lo miraba, se sonrojaba y él la besaba en la frente. Hablaron mientras le daban infinitas vueltas al parque, hablaron de los sueños, las pesadillas y las películas a blanco y negro. De lo fácil que era para las películas de terror infundir miedo con lagos de sangre a pleno color y lo difícil que había sido transmitirlo hace tantos años. Finalmente entraron a un café, se tomaron un tinto juntos mientras exaltaban lo difícil que debe ser llegar a un país extranjero sin hablar el idioma… Bobadas, situaciones hipotéticas pero sonrisas verdaderas. 

Sonó el celular, "Alexa" decía la pantalla. Arturo debía contestar, no sabía si Alexa ya había entrado en uno de sus ataques y ahora estaba planeando -como en innumerables ocasiones- acabar con su vida.

Arturo contestó y mantuvo una charla cariñosa y sincera con alias "Amor". El mesero miraba de reojo la expresión de Sofía. Arturo también notó su tristeza, se levantó y fue hacia el baño para que ella no tuviera que escuchar esa estúpida parodia que no sentía. 

En la mesa una nota que decía. 

...Here come the stars
Tumbling around me
There's the sky
Where that sea should be

Sofía caminó hasta la parada de bus, cantaba Sinatra en su mp3. Encendió un cigarrillo, le había mentido… Arturo no pasaría la noche sólo. 

- Belcebú. 

sábado, 21 de diciembre de 2013

Azabache

Según la RAE  "azabache" es :

"Variedad de lignito, dura, compacta, de color negro y susceptible de pulimento, que se emplea como adorno en collares, pendientes, etc. y para hacer esculturas."

Para mí Azabache es un amigo.

Nunca he sido amiga de los perros, son ruidosos, intensos, inquietos y siempre piden comida. Sin embargo Azabache es diferente. Es un perro viejo, cansado y tranquilo. Camina con una lentitud admirable y tiene la paciencia de una tortuga. Solía ser negro profundo, cómo la noche, ahora tiene un color amarillento en el pelaje de las patas. Una de sus patas estas está descuadrada y parece que el hueso fuera a quebrarse en cualquier instante, forma casi un ángulo recto entre la cabeza y la parte final de la pata. Tiene la mitad de una oreja, la otra se perdió en el pueblo, tal vez si miro con atención la vea en el piso, tal vez se la comiera otro perro hace ya un tiempo. Tiene la panza color violeta por la curarina que le ponen todas las noches para sanar las marcas que dejó un encuentro hostil con otros de su especie. Pero lo que resalta a la vista es que tiene una mirada hermosa. Medio visco, Azabache tiene los ojos más tiernos del mundo, esos ojos que muestran miedo si se hace un movimiento brusco o felicidad si se le ofrece un pedazo de carne, chocolate o incluso pasta. 

Él no habla y casi no ladra, es la viva imagen de lo sobrevalorados que están los sonidos y las palabras. Demuestra que esa costumbre arraigada de creer en la palabrería de la gente que no es consecuente con sus actos es algo irrelevante, que las palabras por si solas no tienen poder y que una acción tiene un valor no cuantificable si se compara con una palabra insensata.

Azabache tiene 14 años de edad, al rededor de unos 95 años si fuera persona -según lo que dicen quienes aman humanizar todo organismo- pero aún así aún tiene tiempo para acompañar a alguien mientras cocina, para pedir que lo consientan y para ladrarle a alguien que se acerca muy rápidamente… Si se piensa en la realidad hace 95 años (1918) alcanzo a imaginar la vida de mis abuelos. Mi abuela era una persona que valoraba el silencio, que no entendía la razón de tanto ruido en esta vida "moderna"; música a todo volumen, gente gritando, carros, sirenas, alarmas, buses pitando, gente insultandose, gente gritándole a otra gente cómo debería pensar, gente gritándole al cielo, gente siendo gente. Mi abuela, en cambio, amaba sentarse cerca al río que pasa detrás de la finca y escuchar el agua correr, escuchar como se quiebran las hojas secas cuando pasa una iguana, ver el sigilo con el que las serpientes se suben a los árboles. Desafortunadamente no conocí a mi abuela de jovén y no sé si esa admiración por sonidos puntuales y no estrepitosos fue adquirida con el tiempo, esa paciencia para observar las cosas y analizar la vida desde un punto más sincero… Azabache me hace pensar que ese amor se obtiene con el tiempo. 

Tal vez por eso quiero tanto a Azabache, porque ha vivido lo suficiente como para apreciar las pausas y olvidar el tiempo, ha visto suficiente gente acariciandole la cabeza como para tener que lanzarse sobre ellos. Azabache sabe que la creencia de "el tiempo es oro" es verdad, pero el tiempo, al igual que el oro, no va a salir corriendo si no se agarran en este preciso instante, él sabe que el oro toma mucho tiempo en formarse al igual que los recuerdos y el carácter. 

Azabache pasó conmigo varias horas a solas y algunas otras con otras personas, tal vez para él la felicidad es un poco de mi almuerzo o un paseo despacio junto a alguien por la casa. Tal vez la felicidad lo agarra uno en el momento menos esperado, con cosas pequeñas, modestas, casi insignificantes, pero uno se apresura como si se fuese a acabar y se asusta, corre hacia el otro lado y tiene miedo de ser inmensamente feliz por poco tiempo... Sé que es raro que escriba a un perro, este escrito parece más un fragmento de diario pero quería regalarle algo a Azabache, algo que no fuera material, algo como ese momento de reflexión que me dio él, como esa tarde sentados en silencio mirando los pájaros sobre los árboles.


Las pausas en la vida no lo son todo, pero son una parte importante. 

- Lu

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Calisto


Hice un viaje -no muy largo- a través de las masas relativas de las lunas jovianas. Estando en Ío me di cuenta que se me había hecho tarde. Había pasado más tiempo del debido en Europa y ahora no iba a alcanzar a llegar a Ganímedes para la función.


Tomé un expreso. No tuve suerte a pesar de llegar en tiempo record, y el show debía continuar. No me fue posible entrar. Me perdí de un espectáculo circense donde todas las criaturas hermosas se agolpaban con esas máscaras que una vez retiradas mostraban seres repugnantes llenos de cicatrices, odios, rencores, miedos y cigarrillos. Lamentándome por el deplorable espectáculo que me estaba pediendo me embarqué a Calisto. La pobre luna se había transformado en el sitio de tertulia de  los autoproclamados intelectuales, sabios y borrachos que pasaban la amargura de una vida existencialista con cerveza, vino y slurm. El viaje a Calisto se me hizo eterno, me imaginaba las criaturas en Ganimedes sonriendo horrorosamente, mostrando sus ilusiones rotas y alardeando logros inexistentes… Temía convertirme en uno de ellos.

Finalmente llegué a Calisto. Se respiraban aires románticos opioides, mientras voces deslumbrantes me recordaban que hay cosas que ignoramos y otras que no sabemos. Me senté y ordené una cerveza, luego otra, luego otras dos. Simplemente escuchaba, fumaba y asimilaba toda la "sabiduría" que estaba asfixiando la atmósfera. Me tragaba a bocanadas los peuso conocimientos que iban buscando oídos dispuestos a permitirles entrar.

Lo reconocí, era Evan, viejo amigo de penas y tribulaciones. Amigo de cervezas, tristezas y mierda. Con él había pasado momentos duros, había hijueputiado a muchas personas, había soñado con la tierra. Con él había reído de verdad, pero de esas risas que son pocas y difíciles de encontrar, son como diamantes Neptunianos que se esconden en la arena de los mares congelados, pero cuando afloran llenan de riquezas a quien los recibe.

Evan clavó su mirada en mis ojos, pidió dos cervezas y se sentó junto a mí:
- Tiempos aquellos cuando paseábamos por Calisto. - Dijo en tono divertido.
- Tiempos en los que aún no éramos monstruos - Respondió mi melancolía. 

Hablamos largo y tendido. Hablamos de política, amores, recuerdos, ideas, sueños y orgasmos. Hablamos de esperanzas rotas y problemas insolucionables. Brindamos por los vivos, los que para nosotros están muertos y por los muertos que deberían estar vivos. 

- Es tarde ¿Hasta qué hora pasan los expresos a Júpiter?
- Son las 25, ya no pasan. - Le respondí con poco animo.
- Tengo una habitación arrendada a unos cuantos bloques de aquí - Antes de que pudiera terminar la frase yo estaba en la calle prendiendo un cigarrillo. 

Compramos pizza, pasta y hamburguesas. La noche iba a ser larga. De nuestros labios se escapaban innumerables historias que necesitaban tratamiento. 

Llegamos a su habitación, era amplia y tenía algo similar a una cocina. Me senté en el sofá. Sestapamos la primera de muchas botellas de whisky marciano y empezamos a hablar. Las lagunas llenaron la habitación, pero alcanzo a recordar una frase: 

"Crees que es lo que mereces…" 

No recuerdo de qué hablábamos en ese instante, pero esa frase entró a mi cabeza como un monstruoso mapache a una carpa, revolcó todo y decidió quedarse a vivir allí.

Me desperté con resaca y ganas de morirme, había una nota en la mesita de noche:

"Salí a trabajar, vuelvo por ti a las 12". 

"Ni lo pienses" pensé. Tomé mis abrigo y mi desorden de cabeza y me fui. El expreso a Jupiter tardó 20 minutos en llegar, en ese tiempo tome varios litros de agua. Subí, llegué a Júpiter, tomé un espantoso bus lleno de polvo y uñas postizas, llegué a mi casa y dormí esperando que el monstruo ordenara mi cerebro. 

Al despertar mis pensamientos estaban en lugares desconocidos y mis sentimientos no sabían en qué cuarto habitar. Eso ya no estaba en mi cabeza pero el desastre seguía ahí, latente. Comí y me bañé esperando limpiarlo... Nada. Leí un mal libro en dos horas… Nada. Finalmente alguien llamó, alguien que iba a ver en el espectáculo de los seres horripilantes, alguien que me alegraba la vida,  alguien que había quedado en la misma habitación con la desconfianza y que no iba a encontrar el camino de vuelta al cariño...

Ayer se me metieron en la cabeza... Es más fácil tenerlos entre las piernas.

- Lula

lunes, 2 de diciembre de 2013

Ansiedad

Siento ansiedad de pensar en que no lo conozco, usted que me lee… ¿Se sentiría peor si supiera quién es usted?

Lejos

Volvió a leer el cuento corto. Ya lo sabía de memoria, pero le gustaba vivir en una vida que no era de ella. Cerró los ojos y se imaginó all...