lunes, 30 de septiembre de 2013

El rol de los audífonos

Hoy vi a una niña de trece años caminando por el centro. Llevaba una gabardina roja y un pantalón negro. Tarareaba mientras lucía su bolso con el logo de piel roja... Me recordó a mi hace años, aún sin audífonos porque pensaba "tal vez alguien tenga algo importante que decir y yo no pueda escucharlo"... Esa niña iba feliz. 

Cuando yo tenía trece también iba feliz. Mi mayor preocupación era reunir dinero suficiente para comprar un libro que dijera "Para mayores de 15 años". Nunca me he sentido bien con las cosas que fraccionan por edad, me gustaba leer libros que al comprarlos tuviera que decir "Es para mi hermano mayor, él trabaja y no tiene tiempo de venir. Me da el dinero y me dice que si le compro el libro me va a comprar uno a mí." Siempre me gustó ver películas en las que tuviera que entrar corriendo para que no me preguntaran la edad y nunca me gustó hablar con gente de mi misma edad, sentía que no tenían que enseñarme ni podían escuchar. Aún así, a los trece años era feliz.


Cuando tenía once años mi padre tuvo que irse en una misión a Venus. Para esa época nadie había ido antes allá. Él volvió 5 meses después, estaba devastado, débil y agotado, por lo que decidieron dejarlo un mes en observación. El aterrizaje se hizo en completo silencio, la misión debía durar diez meses pero tuvieron que volver antes, no hubo periodistas, ni recibimiento, tampoco una medalla por parte de los ridículos mandatarios. Nada. 

Una semana después del aterrizaje una enfermera llamó para pedir que le lleváramos ropa limpia a mi padre. Yo subí a la habitación de mi madre para darle la buena noticia pero no estaba. Empaqué la ropa, dejé a mi hermano menor con un amigo y me fui al centro terapéutico. Hablé con él un rato, me contó lo maravilloso que eran los días nublados en Venus y lo triste que eran las noches sin nosotros. Me pidió que no le dijera a mi madre, él no quería que ella se preocupara (mi madre siempre ha sido una mujer nerviosa y fatalista), por eso entre mi papá y yo decidimos guardar el secreto hasta que él pudiera salir. 

Un día volví del colegio, subí a la habitación de mis padres pero antes de entrar al cuarto escuché a mi mamá hablando por teléfono: 

- Lo llamó una mujer, él ya está en la tierra y no nos ha querido hablar. 

Mi mamá lloraba y fumaba (nunca más la volví a ver fumar). Yo salí sin hacer ruido y me fui temprano al centro terapéutico. Hablé con mi papá y me dijo que le habían dado permiso de visitarnos, así que fuimos juntos a la casa pero al llegar mi mamá tenía todas sus cosas empacadas. Le dijo que se fuera y que no lo quería ver más. 

Cuando le conté todo esto a mis compañeras de once años, algunas rieron y me dijeron "Se van a separar" y otras simplemente me ignoraron, así que fui llorando a la casa de un amigo, pero estaba su hermano mayor con un amigo, ellos me escucharon, me aconsejaron y me felicitaron porque mi papá había  sido de los pocos que había vuelto con vida de Venus (eso yo no lo sabía). Me enseñaron cosas importantes ese día, cosas que aún aplico, cosas por las que aun sonrío, cosas como "Si se repiten mucho, las frases importantes pueden perder sentido". 

La  situación en mi casa se normalizó 4 meses después. En ese tiempo mi papá se ofreció a volver a Venus pero dada su condición de salud lo dejaron en la tierra coordinando la siguiente expedición. En ese tiempo me hice amiga de mi padre, el hermano mayor de mi amigo y su amigo. Me alejé de las personas de mi edad y comprendí que las dimensiones de los problemas dependen del espectador. 

Cuando cumplí trece las cosas en mi casa marchaban de maravilla, mis mejores amigos eran personas varios mayores que yo,  había aprendido a escuchar a la gente, a hablar con ellos, a sonreír aun cuando no quería y a estar feliz de verdad. Para cuando tenía trece caminaba con ropa negra porque era tranquilizante y no llevaba audífonos por si alguien quería decirme algo importante, algo que me enseñara a vivir, algo que no se pudiera repetir mucho. 

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Uno de mis amigos murió y el otro desapareció en Venus. He descubierto que la gente no está dispuesta a enseñar nada a menos que tenga alguna preocupación personal o doble intención, por lo que ahora sólo quiero escuchar mis recuerdos, a mis amigos, a los verdaderos amigos de cuando tenía trece años... A esas personas  que son más sabias y sinceras que las personas que me rodean.

Llevaba casi dos días sin audífonos, hoy compré unos nuevos, voy a estrenarlos en mi viaje a Venus, voy a desaparecer en ellos.

-- Lula

lunes, 23 de septiembre de 2013

El rol de los celulares.


Hace tiempo conocí a alguien que no tenía smartphone... Con él podía hablar de cualquier cosa por horas, con la única interrupción de llamadas ocasionales o mensajes de texto de vez en cuando. En realidad era muy agradable pasar tardes hablando con una o varias personas presentes.

Por esa época yo perdí mi celular y recordé lo que era leer tranquila, sin interrupciones, llegar puntual a las reuniones porque de lo contrario la gente podía irse, tener que cargar los números de las personas importantes para poder hablar con ellos y recibir llamadas al teléfono fijo. Era una sensación de "Nadie puede molestarme" bastante relajante y que disfruté mucho. Eventualmente volví al celular, un modelo sin cámara, sin opción de plan de datos, sin redes sociales... Lo más parecido a no tener celular en esta época.

Mientras estaba sin celular recordé que antes era normal no tener uno, que todos dábamos el número del teléfono fijo y contestaba algún familiar mientras uno decía amablemente "Hola ¿Podría hablar con...?". También recordé que para conversaciones largas tocaba verse en persona y que para encontrarse era necesario fijar una hora y un lugar exactos.

Recordé que antes los besos no eran de plástico y los abrazos eran cálidos y no dibujados.

Por otro lado, esta persona también perdió su celular a manos de dos personas que amenazaron con hacerle daño si se negaba a perderlo. Básicamente lo robaron. Y también quedó un tiempo sin celular. En ese tiempo era magnifico sentarse a tomar un café o comer algo con él... O bueno, era casi como cuando tenía celular.

Eventualmente compró un smartphone y todo cambió; cuando hablábamos había un breve momento donde revisaba twitter, facebook, correo, whatsapp, skype y la batería de ese aparato infernal. Tal vez para él era cuestión de segundos, pero si me sentaba a contar el tiempo podían ser cinco minutos más o menos en ese ritual que se repetía cada 10 minutos aproximadamente. Una vez en un Oma, mientras él revisaba todos los medios posibles para hablar con gente ausente, yo levanté la mirada y vi que todos hacían lo mismo... Incluso parecía que hablaban a través del celular, que no se miraban ni pronunciaban palabra alguna porque estaban escribiendose entre ellos, entonces pensé "Tal vez hablan de cosas que no quieren que otras personas escuchen", pero empecé a notar que era un patrón recurrente. 

Nunca he sido muy sociable pero las pocas veces que salía notaba que las personas escribían por el celular todo el tiempo. Tal vez es que ninguno de nosotros está cómodo con quien está y por eso habla con alguien que no está presente, pero si es así en realidad somos muy infelices, porque no estamos con quien queremos. Ese fenómeno se repetía entre las parejas, entre los amigos, entre las familias, a lo que formulé "¿Será un virus?", podría ser algo como ser un zombie, o un vampiro que con una mordida se contagia. Puede que ese sea el nuevo mal de esta generación.

Y salir con cualquiera que tuviese esto era como salir a medias con la persona: se cortan las conversaciones, se dan cambios de tema de un momento para otro, incluso algunas nuevas conversaciones se arman en torno a alguna publicación o foto graciosa que manda alguien a kilómetros de distancia.

Así, poco a poco iba perdiendo a mi amigo. Impotente, esperaba con ansias el momento en el que se quedaba sin batería para hablar con él.

Hace poco me regalaron un smartphone y me juré a mi misma no ser como ellos. He descubierto que es más fácil socializar a través de una pantalla, he conocido personas magnificas y una gran cantidad de estúpidos gracias a las redes sociales, y he notado que nunca estoy sola, siempre hay alguien al otro lado de la linea dispuesto a leer. Creo que me estoy volviendo uno de ellos, así que antes de perderme decidí escribir esto, que es una disculpa a mis amigos, como  un sollozo sin mucha fuerza por lo que me está pasando.

Y ahora el celular es una herramienta de expresión y comunicación en la que es más fácil ser leidos y vistos. Es un modo de conocer gente que es más afín con nuestros demonios y personalidades. Es una forma de buscar consuelo, de buscar alegrías y tristezas que pueden ser más sinceras que las que vivimos en carne propia. Es como entrar a otra dimensión. Ya no es un mal, ahora es parte de la vida de muchos.

Yo sé lo que es perder gente valiosa gracias a un smartphone, pero hasta ahora estoy viendo lo que es perderme a mi misma por uno de estos aparatos que nos hacen "modernos" y nos ayudan a no tener que mirar a nadie a los ojos.

Aun así hay días en los que extraño a mis amigos... A esos que no tenían smartphone.

-Lu

jueves, 12 de septiembre de 2013

Nombres con N

Hay nombres que siempre me han traído problemas, nombres que se repiten en mi vida y que siempre recuerdo con nostalgia...

Hay un nombre que se repitió en mi vida sólo dos veces... Yo sé que nadie lee lo que escribo, por eso escribo aquí, pero en caso de que alguien lo lea no quiero que logre saber quien es, así que le pondré Nicolás... 

http://etc.usf.edu/clipart/52900/52937/52937_letter_n_sm.gif
El primer Nicolás que apareció en mi vida fue esa persona que me apoyó cuando casi me enloquezco, cuando creí que no podría salir de ese pozo donde uno se ahoga cuando siente que el mundo se le viene encima. Ese es mi primer Nicolás, alguien que me salvó de mi misma, que me llenó de ganas para dejar de salir sólo de noche para disimular mis ojos hinchados y rojos. El primer Nicolás aguantó lo que nadie puede aguantar, por eso se fue; aguantó más de lo que alguien podría, salió de noche innumerables veces y dejó muchas cosas de lado por ayudarme. Pero cuando me pidió que confiara en él, no pude. Soy completamente consciente de la estupidez tan grande que cometí, pero hay días en los que uno no puede entregar confianza con cada abrazo porque sabe que donde un poco de esa confianza se derrame va a quemar, como un café a rebosar en el vaso. 

El segundo Nicolás era alguien callado, reservado, tímido y distante. Era una de esas personas en las que uno no confía porque cree que tienen algo que esconder, de esas personas que te hacen nadar en aguas espesas antes de dejarte saber su nombre, su color favorito o su banda preferida. Ese Nicolás era la persona en que yo quería confiar, pero como el karma obra de maneras maravillosas, él no confió en mi. Me tomó seis meses para poder hablar con él  y otros más para que él empezara a hablar conmigo. 

Él era esas personas que no están siempre felices, eso me parecía triste. Casi nunca sonreía y yo creía que era infeliz. Con el tiempo aprendí que no era como yo, que Nicolás era serio pero eso no lo hacía infeliz. Así que en mi mente lo catalogué como alguien que no parece nada, ni feliz, ni triste, ni nada. Y así me gustaba, porque me hacía tener que concentrarme en lo que decía para saber como se sentía. Con el tiempo olvidé que tenía que esforzarme por hacerlo sonreír. 

Los dos se fueron un día de viaje y nunca los volví a ver. El primer Nicolás está en alguna parte del mundo ejerciendo como médico, seguro está en algún lugar donde no hay teléfonos, celulares ni computadores, eso es lo que me digo cada noche para no creer que quiso olvidarse de mi. Por otro lado,  el segundo Nicolás me saludó por ultima vez a través de una red social, llevaba varios meses por fuera y cuando vino a este país no me buscó, así que mi orgullo y yo decidimos no contestar, eso y que hace rato había olvidado lo difícil que era hacerlo sonreír. Y esa fue mi última oportunidad... 

Ahora pienso el los dos por lo menos una vez a la semana... Me fumo un cigarrillo y me siento en una terraza, me tomo un café y dejo que la tristeza me trague. Así, cuando estoy respirando tristeza puedo escucharlos reír mientras toman de mi taza de café. 

- Belcebu. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Rol de los televisores



Hay muchos problemas con los televisores: duermen la mente, transmiten información que puede estar alterada, deterioran la imaginación... Pero el mayor problema es no tener un televisor en el cuarto.

Ultimamente he pensado en ahorrar para hacer lo que juré nunca hacer, comprarme un televisor. Y es que un televisor a la larga es importante, no por las noticias con información de mentiras, no por los documentales sobre lo que la gente quiere ver, no por los programas que sólo buscan venderle ideas mediocres a los demás, es por llenar espacios. Hay momentos de la vida donde necesitamos espaciar la mente -no pensar-, esos momentos donde nada quita sentimientos de cosas inevitables... Esos son los momentos donde uno debe prender el televisor y dejar un canal de películas por varios días, sin importar que tan idiotas sean, sólo para poner la mente en blanco y esperar a que tal vez, por cosas de la vida, todo se haya arreglado pasados unos días.

Llevo varios días saliendo a cafés a ver a la gente, que es lo más parecido que tengo a un televisor, y repitiendo películas que sé perfectamente como van a terminar, pero necesito tener un televisor en frente de mi cama para ver programas sin sentido y escuchar ese murmullo de fondo mientras me obligo a dormir.

Necesito un televisor para dejarme ir un rato, ya que en los libros no me concentro. Necesito un televisor tanto como necesito una estúpida charla sobre quién es el mejor jugador de fútbol (no lo digo porque sea de fútbol, amo ese deporte) o cual es el color de zapatos que hay que usar con un vestido de flores... Necesito llenar mi mente de cosas tontas para que las importantes pierdan relevancia.

Y así es... Yo luché tanto contra perder el tiempo en ese tipo de cosas, pero ahora aprendí que es la forma que tenemos de salir de la realidad cuando la mente no nos permite sumergirnos en un libro...

En conclusión, necesito un televisor en mi cuarto que llene mis neuronas de esa gelatina sin sabor que se transmite a diario.

- Lula

Lejos

Volvió a leer el cuento corto. Ya lo sabía de memoria, pero le gustaba vivir en una vida que no era de ella. Cerró los ojos y se imaginó all...