lunes, 18 de enero de 2016

Intermedios

Hay cosas difíciles en la vida, como pedir perdón y escribir porque no se puede hablar. Pero también hay cosas fáciles, como escuchar las aves, soñar, imaginar... Es fácil dejar que la imaginación vuele, pensar que vas a hacer en un año, en cinco, en cincuenta. 

Hay cosas intermedias, como la muerte. 

Personas que hablan sobre su muerte constantemente, puede que le teman o la amén ¿qué más da? Eso no retrasa lo inevitable. Todos vamos a llegar allá, Sofía lo tienen claro, pero la muerte siempre ha sido tan abstracta y tan cercana. 

Para los budistas la muerte es una realidad, un paso y ya. Para Sofía es tan cercana como la tortuga de su cuarto, que mira con ojos inocentes desde el acuario, esperando el momento adecuado para -con calma impasible- llevarla. 

Sus experiencias no han sido buenas, son traumáticas, duelen, es un dolor visceral, sólido, espeso.

"La única muerte que no duele es la propia" le decía Arturo mientras la miraba con ojos serenos y le llenaba la cabeza de mundos lúgubres en la penumbra de la inocencia. Le metió la bruma espesa de la falsa tranquilidad en los sesos, allá detrás de los ojos, allá donde se agolpa la ternura y la podredumbre, donde no hay luz y donde no llegaba nadie. 

Le metió el miedo, la amargura, el dolor, la sensibilidad... Arturo la moldeó como se moldea la arcilla para hacer pocillos baratos comerciales que vende una mujer sin espíritu en una estantería en la mitad de un centro comercial donde se exhiben las niñas malcriadas que buscan regalar virginidades. La moldeó a su gusto, a su uso. Salir de ese molde es un proceso no sólo confuso, es hiriente, melancólico, es otra muerte. 

Sabe que él no fue la única muerte, pero si la primera que le echó encima el peso de la vida, la carga de crecer. Afrontar que todo se esfuma, que somos etéreos, que ningún plan es válido si va contra la marea del azar propio, de ese destino que torpemente forjamos. Llorar es más fácil que afrontar. Llorar es más puro, más sincero. 

Sofía se tomó 5 años para confiar en incertidumbres, en cosas color gris y vidas forjadas en arena, aún así lo aprendido no se esfuma... ¿Quién querría viajar en el tiempo?  

Puede manejar derrotas, desilusiones, rechazo, caídas. Puede esquivar balas, viajar a otros planetas, admirar la belleza de un atardecer en medio de un polvo, pero no puede soportar un luto de ese estilo, lleno de culpa viscosa que entra en las fosas nasales y asfixia, de ese deseo penoso de cambiarlo todo que corroe los sueños y los intestinos. 

Sofía se aferra a una ilusión...¿desde cuándo volvió esa inocencia insulsa? Sólo van tres meses, tal vez 4 pero apostaría sus ojeras por esa nueva sonrisa que la consume... Y de repente llega el tema de la muerte. Se muerde el labio, se arranca los sentimientos, se pasa la angustia y sonríe -como lo hacen quienes están realmente muertos por dentro- y cambia el tema. Beber el desespero propio nunca ha sido fácil. 

Su mente grita y suplica que el tema quede así, pero frases le rodean y la resignación de la recurrencia cae sobre ella, como los despiadados atardeceres que profesan belleza pero cumplen oscuridad. "¿Y si nos lleva?... Entonces era hora de irse". Monólogos extensos se arman en su cabeza, Arturo siempre ha estado ahí, él vive ahí, la parasita, la moldeó bien.

Entrada la noche cuando la claridad nocturna se traga la razón, es hora de las pastillas para dormir. Ya no hay sentido, la luz de la luna desdibuja los sueños. 

- Belcebú.  

Lejos

Volvió a leer el cuento corto. Ya lo sabía de memoria, pero le gustaba vivir en una vida que no era de ella. Cerró los ojos y se imaginó all...