lunes, 21 de octubre de 2013

Miento.


Las mujeres prefieren la gastritis que la diabetes... Me lo dijo alguien hace poco. Para mi eso es una total mentira. Miento.

Soy una persona que no confía en nadie porque soy capaz de decir mentiras con tal fluidez que parecen espejismos, pero juro solemnemente que me voy a enamorar del próximo que sea transparentemente dulce conmigo. Miento.

Hace años no me invitan a un plan de comer helado, salir a un parque o ver un atardecer. Ahora todos los planes son amargos como el café y peligrosos como el Tequila. Todos los planes involucran un cuarto oscuro, manoseadas, indirectas, lascivia y demás. Ya nada involucra hacer reír al otro, mostrarle los placeres de la Nutella sobre un pan tostado o preocuparse porque no sienta frío mientras se está en el parque hablando sobre las nubes que se acumulan en las neuronas y hacen figuras graciosas sobre las pupilas. 

Le juré amor eterno a alguien que me llevaba a comer maíz de colores, que me hacía reír con apuestas en el parque, que disfrutaba untarme una malteada de macadamia en los cachetes y limpiarme con la servilleta que tenía chocolate. Miento. Le juré amor eterno a alguien que me perseguía entre los cafetales con el afán de que yo no parara de sonreír ni encontrara una serpiente venenosa, a ese que me regalaba flores de dulce y lunas de chocolate blanco. Miento.

Creo que uno puede jurar amor eterno cuando es pequeño porque en ese entonces todo es más dulce, porque los planes vienen cargados de alegría y la vida no alcanza para sonreír lo que soñamos... Pero ahora somos un corazón duro, lleno de responsabilidades y heridas que dejó la diabetes, heridas demasiado dolorosas para olvidarse. Ahora miento.

Lo que las mujeres  quieren es alguien que les haga olvidar que en algún momento le faltó dulce a su vida... Yo quiero alguien que remplace la gastritis por sonrisas, alguien que endulce los sueños oscuros que hacen sentir nauseas. Miento.

Quiero alguien dulce, pero que no me produzca diabetes. Miento en lo que quiero.

Miento. Quiero café.

No quiero.

- Lula 

Lejos

Volvió a leer el cuento corto. Ya lo sabía de memoria, pero le gustaba vivir en una vida que no era de ella. Cerró los ojos y se imaginó all...