- ¿Y si nos vamos juntos al infierno?
- Una eternidad es mucho. -Dijo mientras calculaba cuanto tardaría el cigarrillo en quemarse.
- Deberías dejar de fumar, eso ya es una adicción.
- Ya soy adicta a cosas peores.
- ¿Estás insinuando algo? - Trató de mirarla a los ojos, pero ella estaba buscando el encendedor en su bolsillo.
- Estoy tratando de decirte que si fumo o no, no es problema tuyo.
- ¡Sí es problema mío!. - Hubo un silencio incómodo. Él hace mucho no levantaba la voz y ella no estaba del todo bien con eso.
- No lo es, al final tu siempre te vas. Si me pasara algo tal vez me mandarías un mensaje, una tarjeta o una carta desde otro lugar... Si quieres, puedes no enviarme nada. -Dijo ella. Era el cuarto cigarrillo que se fumaba desde que sirvieron el café, él la ponía ansiosa y el café era demasiado amargo... El de los dos.
- Te extrañaría, iría al infierno a buscarte y me quedaría allá contigo. - Las palabras se ahogaban, él gritaba pero ella había construido un muro de cristal entre los dos, de un cristal irrompible que sólo le permitía verla.
- No me encontrarías, no te darían permiso... - Los ojos se le aguaban, sentía como se empañaban sus pestañas y como rozaban el lente de las gafas que ahora tenía lineas delicadas de tristeza.
- No necesito permiso para hacerte sentir. - La rabia se había ido, ahora los cigarrillos eran lo de menos, ahora lo que lo inquietaba era el tono desolador de cada una de las palabras de ella, ese tono que congelaba la densa atmósfera y agujereaba los sentimientos.
- Ya no puedes... - Se atragantó con café, un café frío e insípido. Le daba miedo pronunciar esas palabras, sabía que algo se iba a quebrar después de eso.
- ¿Ya no puedo qué? ¿Ya no puedo verte sin sentir que necesito tus abrazos, que si no te tengo cerca no veo, que si no sonríes me falta aire? - Efectivamente, el aire se iba agotando entre los dos.
- Deja ya la cursilería, eso a ti no se te da bien.
- ¡Es verdad! -Se puso de pie, nadie en el café volteó la mirada, nadie quería contagiarse con esa lúgubre aura.
- ¡Me mientes! - Respondió ella en el mismo tono, estaba alterada y dos tiernas lágrimas le recorrían las frías mejillas. El cigarrillo se apagó.
- Tengo algo que decirte... - Se sentó - La verdad es que me muero por darte un beso, sé que nunca lo he hecho pero... - Sonó su celular, la miró, miró su celular, volvió a mirar. Dudó si contestar.
- Contesta - Dijo ella, se limpió las lagrimas, tomó su maleta y se levantó. - Adiós.
Caminó hacia la puerta y salió, empezó a nevar, en una ciudad donde nunca nieva... Él se levantó rapidamente, pero en la salida del café la mesera le pidió el favor de que pagara la cuenta. Pagó a toda prisa y cuando salió ella ya no estaba.
Él no pudo decirle que ya no tenía nada con la mujer de la llamada.
Ella dobló la esquina, cruzó la calle, disfrutó del frío clavandose como mil agujas en las piernas bajo la bonita falda y en sus manos mientras encendía otro cigarrillo. Contempló la nieve del infierno caer a su alrededor y sintió que las lagrimas se congelaban sobre su cara. No estaba segura de donde estaba, en un recuerdo o en un sueño, así que siguió caminando. Caminó hasta el lugar donde se acababa la imaginación y desapareció en un abrir de ojos...
Ella no pudo decirle, él no estaba con ella... Soñar con él, eso ya es una adicción.
-Lu