- Quédate - dijo ella con la inocencia de una niña y los ojos a rebosar de emoción ingenua.
Corría a toda prisa el mes de Octubre, las brujas salían de sus casas disfrazadas de princesas, calabazas o pintorescos personajes de la Edad Moderna.
Ellos habían programado una reunión épica, llena de cantos, costumbres célticas, hogueras de la inquisición e imágenes inquietantes, relucientes. Imágenes intencionalmente diseñadas para perturbar a primera vista y enamorar tras contemplarlas de nuevo, y escuchar su historia. Un verdadero día de las brujas.
La celebración iba a tener cabida el sábado primero de Noviembre en la casa del más peculiar de los personajes, el más reservado, de mirada profunda inundada de tristeza. La finca de Arturo era el lugar perfecto para un evento de tal magnitud.
Los planes de Sofía eran perfectos, una fiesta, una sonrisa, tal vez un beso. Arturo no tenía nada que perder y ella lo había apostado todo hacía tiempo, no había vuelta atrás, nada podía estropear lo que se había premeditado.
- Debo irme - Le dijo Arturo - No será por mucho tiempo.
- Vete el domingo, si quieres cancelamos todo, pero no te vayas hoy - Sofía tenía miedo de que al viajar se rompiera esa felicidad que había entre los dos, esa complicidad que casi podía tocarse. Curvó los labios, los ojos se le llenaron de lágrimas, logró esa mueca, ese gesto que Arturo detestaba, que le partía el corazón.
- No vamos a cancelar nada, el viernes tu serás Perséfone y yo seré Hades.
La conversación terminó ahí, el tema no se volvió a mencionar.
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La organización de la magnifica fiesta entretenía a todos los invitados, a todos menos a dos. Sofía y Arturo habían construido una burbuja, lejos de las noches oscuras y lluviosas del mundo, lejos de la fría ciudad. Por fin Arturo había logrado cerrar esa burbuja, había sellado esas últimas grietas y ahora era completamente impermeable a los odios de Alexa, que amenazaba con finalizar su existencia si Arturo no volvía de rodillas, pidiendo perdón y arrojando esa burbuja -con Sofía adentro- al mismísimo infierno.
Alexa era una persona de semblante pálido y tez grisácea, daba la impresión de siempre estar enferma. Tenía senos pequeños, ojos adormilados y un carácter intensamente explosivo, capaz de sacar de quicio a Gandhi en 5 minutos. Por otro lado, Arturo era reservado, reflexivo y melancólico. Vivía en el pasado, en el recuerdo de su madre, vivía en el ayer. Arturo y Alexa compartieron sus sueños hasta una noche despejada donde Alexa cometió el error de dejarse ver en público con un hombre corpulento, de manos pesadas y ojos furiosos en el bar "Tablones", sobre la avenida las Palmas. Arturo pasaba todos los días por "Tablones" camino a casa, siempre le pareció un lugar muy ruidoso y lleno de gente vacía. Una noche escuchó alguien que gritaba, su voz se alzaba sobre la música desafinada. Al girar la cabeza se encontró con los ojos de Alexa, pero los ojos de Alexa no encontraron los de él. Un hombre de 1,90m de estatura le gritaba "Tu eres mía, no de ese hijo de puta que no te lo clava como te gusta. Eres mía porque quieres más mi verga que el dinero de ese maricotas."
Sofía era una niña soñadora, 7 años menor que Arturo. Vivía entre murallas de libros y fantaseaba con historias digna de escribir. Había decidido delegar la tediosa tarea de enamorarse sin remedio a esa melancolía característica de Arturo, quería llenarlo de alegría y llevarlo a su mundo amurallado para verlo sonreír.
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Arturo le había dado a Sofía una copia de las llaves de su casa. Ella la conocía bien, había memorizado cada cuadro, cada esquina, cada partícula de polvo para encontrar la forma de mantenerlas en perfecta armonía con el corazón de Arturo. Entró a la casa, sirvió un poco de leche de vainilla que tanto amaba y entró a buscar el hermoso violín que Arturo había comprado para escucharla tocar.
Arturo parecía conocerla desde la punta del dedo gordo hasta las cejas que se escondían tras las gafas color café. Había detallado sus labios rosados, su pelo desordenado, sus lentes siempre sucios, sus dedos callosos por el dulce roce de las cuerdas del violín, su manía de comerse las uñas y el pelo... Pero lo que más había detallado era sus sonrisas, todas, las de sorpresa, emoción, burla... Todas...
Sofía entró al cuarto. Una sonrisa sincera se dibujó bajo sus cachetes que se sonrojaban lentamente, sin dejar rastro de discreción.
- Hola, pequeña.
- Hola, grande.
Se miraron, sabían que no era necesario más para sentirse bien. Hablaron de música, estrellas, constelaciones, recuerdos... Era perfecto, el momento era perfecto. Podía retratarse y no se había logrado plasmar ni la mínima parte de su cómodo aroma, de las cosquillas, de las sonrisas...
- Yo sabía que estabas con Sofía, ella montó todo ese escándalo descomunal para alejarte de mí, pero no te preocupes, no vas a extrañarme más. - Alexa aun conservaba un juego de llaves.
Se fue tal como entró, sin decir más. Antes de salir tiró un florero al piso, esperó a que el sonido del cristal quebrándose inundara la casa y desgarrara la perfección que habían construido Sofía y Arturo. Volteó la mirada, sonrió y cerró la puerta.
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- Alexa no me contesta. - Por la cabeza de Arturo sólo pasaban las múltiples veces en que la había llevado a un centro de reposo por tratar de atentar consigo misma.
- Deberías ir a buscarla, sólo para asegurarte que está bien. - Al pronunciar estas palabras Sofía se arrepintió, si él iba tras Alexa, ella iba a volver a estar sin él.
- No, eso es lo que ella quiere.
- Ve - Dijo Sofía con tono severo.
- No, eso es lo que ella quiere.
- Ve - Dijo Sofía con tono severo.
- Voy a pasar por su casa, hablaré con ella y vuelvo.
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Sofía se fue en taxi a su casa, no quería que Arturo viera la angustia en sus ojos... Se había propuesto no ver a Arturo hasta el viernes, día en que partirían hacia la finca para la esperada fiesta.
Arturo tomó la billetera, las llaves de la camioneta y un saco negro que Sofía adoraba, se subió a la camioneta y condujo despacio. Escuchaba "The dark side of the moon" de Pink Floyd mientras conducía. Pensaba en la forma en la que Sofía había salido de la casa, en el abrazo que le había dado antes de subirse al taxi, en el beso que le había robado para obligarla a sonreír.
Parqueó.
Se bajó de la camioneta.
Miró fijamente a los ojos a esos dos hombres que se acercaron a él.
El cuchillo se deslizó rápidamente sobre el saco negro que Sofía adoraba, la camisa, el pecho... Hizo un corte tan preciso que parecía quirúrjico. Se deslizó nuevamente por la espalda, el abdomen, las costillas, una y otra vez. Si se ponía suficiente atención podía escucharse como cedía la blanda carne blanca a la caricia del filo, como brotaba la sangre roja que antes paseaba por el noble corazón del personaje que fácilmente fue endiosado para los más nobles propósitos de redacción.
Un grito ahogado se atoró en la garganta. El grito chocó abruptamente con el reluciente metal bajo la luz del moderno farol, trató de buscar otra vía de escape y encontró un agujero donde antes había tejido vivo, palpitante...
Cerró los ojos tal vez buscando la llave que abriría el nirvana. No la encontró. En cambio lo invadió ese deseo natural de seguir viviendo, esas ganas de volver a ver a Sofía y robarle un poco más de inocencia, o no verla jamás. Esas ganas de ayudar al hijo del conductor que ya casi tenía 8 años y no tenía dinero para comprar ese carro con control remoto que tanto quería. Tal vez pensó en la niña campesina que vivía en la finca y quería ser princesa sólo mientras cumplía 15 años y a la que él le había prometido un vestido, un vals y un príncipe. Lo invadieron esas ganas de volver a ver a Alexa, abrazarla y hacerla entender que eso que ella vive no es la vida. Esas ganas de tomar, besar, sentir un orgasmo, comer pasta, fumar, drogarse un poco, vivir.
Arturo era un hombre destinado a no vivir mucho, tenía hemofilia tipo A -del tipo leve-, la hemofilia se extendió por toda la acera, manchando de rojo las diminutas piedras blancas que había en frente de la puerta de la casa de Alexa, que miraba silenciosamente desde la ventana.
Sofía lo iba a amar el resto de su vida.
- Belcebú